Era el mes de Julio del 2017 y Manuel se acercó al acto político que organizábamos en Las Matas; él fue el candidato de Contigo por Las Rozas que cerraba nuestra lista electoral en el puesto de honor. Con 97 años seguía portando su cámara y allí estuvo tomando fotos. Nos contó que en próximos días se terminarían de llevar su fondo fotográfico y documental a la Biblioteca Nacional y al archivo histórico del Partido Comunista. También, que había solicitado plaza en una residencia de Cantabria, cerca de su pueblo natal. Pareciera que estaba preparándose para hacer su último viaje. Y así fue, el 26 de septiembre se confirma su partida. Ahora nos toca honrar su memoria e intentar hacer una semblanza de lo que fue su vida, para el hoy y el mañana.

 

Un joven pastor que quería conocer el mundo

Le pedimos a Manuel de Cos que nos dé recuerdos de su infancia—nació en 1920—y lo primero que nos cuenta es lo que sintió cuando el espíritu de la República llegó a su colegio. Dice que dejaron de rezar y salieron al campo a ver los ríos, los insectos… y que este cambio  le impactó. Sus padres tenían arrendadas tierras y él y sus hermanos ayudaban con el ganado y las labores del campo. Vivían en el pueblo de Rábago, Cantabria, donde también había una explotación minera.

De su padre, Donato de Cos, fue descubriendo poco a poco su implicación social y política. Fue un militante de UGT que siendo capataz de mina, defendía a sus compañeros  trabajadores. Cuando nos narra cómo era su padre, a Manuel se le ilumina el rostro y destaca lo que fue un verdadero hito para él: su padre había escondido a un minero asturiano en el pajar y de esa convivencia de dos meses con él dice: “soy lo que soy” porque afirma que a través de esta experiencia descubrió la injusticia social. En una habitación de la casa, su padre había puesto un encerado para dibujar y mostrar a sus hijos lo que había visto navegando por el mundo, aunque les insistía que la agricultura era la profesión más noble, Manuel exclama que “en mí prendió un cohete porque yo quería conocer todo aquello”, y así con 13 años le buscan un empleo y marcha a Cádiz.

 

Pero el mundo no era lo que él esperaba

En Cádiz conoció la explotación laboral, pero el destino hizo que los sindicalistas ―había un fuerte movimiento por entonces―se fijaran en él y le llevaran con una familia que le cuidó. Al cabo del tiempo, con sus primeros días de vacaciones tomó el tren para visitar a sus padres. “Aquel fue el último antes de que cortaran las comunicaciones, la guerra había estallado”. Su padre era Teniente de Alcalde de Rionansa y los falangistas le perseguían. Huyó por los montes y se sumó a las filas para defender la legítima República. La paradoja de miles de combatientes exiliados a Francia cuando terminó la Guerra Civil, es que algunos terminaron su vida en campos de concentración nazi, como fue el caso de su padre, que acabó sus días en Mauthausen.

De Cos describe los bombardeos de aviones y los hombres marchando a la guerra con tremenda entereza. Al paso de un batallón vasco, un comisario le incorporó con ellos y así les guió a través de las montañas. Pasando los Picos de Europa quedó en casa de un tío suyo porque los frentes le impedían regresar.

Miles de sucesos bloquean el laberinto de su pasado en su mente pero algunos emergen con más fuerza… “Cuando cumplí 18 años y fui llamado al servicio militar―la guerra estaba terminando―  me llevaron a prisión acusado de profanar una iglesia y me condenaron a muerte”. Las imágenes le devuelven a esa cárcel―antiguos colegios Escolapios en Bilbao― donde se hacinaban 22.000 hombres demacrados y recuerda que “allí escuché tantos debates comunistas”. Todos sus elogios son para la solidaridad del pueblo vasco y para esa mujer  que era el enlace de los presos y la que hizo llegar la noticia a su familia, una mujer que tiene grabada en vídeo 50 años después corroborando esta historia. Manuel se defiende de la acusación por la que le condenaron: “mi padre me pidió que retirara las imágenes de la capilla y él las escondió para protegerlas. Gracias a que mi madre las encontró y el párroco lo testificó pararon la orden de ejecución”. Sin embargo la mala suerte volvió a cruzarse por su camino,  de regreso a casa los fascistas lo vuelven a detener, ahora junto a cientos de detenidos subían a un tren sin saber el destino.

Superviviente y testigo de la posguerra

 Partieron en la noche en vagones precintados y sin baños. La primera estancia fue en Miranda de Ebro. Allí vio como miembros rusos de las Brigadas Internacionales fueron asesinados a golpes. Continuaron hasta la Estación del Norte en Madrid y fueron conducidos a los depósitos de presos de Miguel de Unamuno en Legazpi. Allí se formaron los batallones disciplinarios― puntualiza que estuvo en el Batallón 91― los tratos eran horribles y llevaban uniformes de “Trabajadores Penados”. De nuevo le subían a un tren con un largo camino hacia Cádiz. La gente hacinada iba muriendo en esos vagones. Llegando a las playas los hicieron desnudarse para que se lavaran en el mar. Aún quedaba otro viaje, ésta vez sería en barco a Canarias. Aunque intentaron organizar un motín la presencia de submarinos les hizo desistir. La misión de este batallón eran los trabajos forzados para construir carreteras.

Cuando finalmente fue liberado, Manuel de Cos vuelve al norte y se hace representante de comercio. Su familia había sido desposeída de todos sus bienes y el acoso policial era constante. Es entonces cuando comienza a colaborar, al igual que su hermana Magdalena, con la 6ª Brigada Machado trasladando armamento, participando en sabotajes y ayudando a escapar a Francia hasta 30 guerrilleros, entre ellos a su hermano Jesús.  Hay que recordar que los maquis (guerrilla antifranquista) existieron hasta 1957 y eran combatientes que no pudieron regresar junto con represaliados que huyeron. Cuando a Manuel le delataron fue nuevamente detenido y torturado. Dice nuestro protagonista que: “fue más duro el franquismo que la guerra. No quedó aldea sin arrasar y que nadie me diga lo contrario. La gente tenía miedo,  estaba aterrorizada”.

 

Testimoniar y reaccionar con cada injusticia

Le preguntamos a Manuel sobre la primera cámara que llegó a sus manos. Nos responde que durante su “breve mili” visitando Guernica y Durango, la mujer de un preso le regaló una cámara tipo cajón. Su primera foto fue de aquel campamento militar. Remarca humildemente que “siempre llevo la cámara conmigo pero yo no soy fotógrafo, las fotos pueden salir bien o mal, lo que me ha gustado es testimoniar lo que veo, ¡¡es algo necesario!!”.

Desde los años 40 ha llegado a reunir unas 60.000 imágenes y 600 horas de grabación de video. Desde la legalización de los partidos, manifestaciones políticas,  hasta los movimientos del 15 M, siempre ha querido documentar acontecimientos históricos con reivindicaciones políticas. De forma altruista retrató la vida rural de su región, realizando entrevistas a sus coetáneos para recoger su memoria y sus oficios ya en vías de extinción. De su convicción ecologista también mostró y denunció la deforestación de su Cantabria natal. Las autoridades de su Comunidad  no han mostrado interés por conservar su archivo fotográfico, ni siquiera reconocerle el descubrimiento de la Cueva de Chufín o la reivindicación turística de la Cueva de El Soplao.

Manuel se instaló en Madrid en los 50 y tuvo varios negocios, como un herbolario y una tienda de bisutería. Nos relata en origen cuando se convierte en uno de los vecinos de Las Rozas. Dice que estaba harto de la ciudad y se compró un terreno barato en lo que describe que era entonces Las Matas  “un desierto porque no había nada”. Para este terreno ideó, junto a un médico naturista, un proyecto pionero que finalmente no prosperó, pero quedó edificado lo que iba a ser un balneario de terapias alternativas. Sin embargo, para lo que sirvió esa construcción fue para ocultar a 6 jóvenes universitarios represaliados en los últimos años del franquismo. También, para alguna que otra reunión festiva del Club de Amigos de la UNESCO que contribuyó en fundar en 1961.  El origen de este tipo de clubes, fueron los inicios de los movimientos mundiales por la Paz tras el uso de la bomba atómica. En Madrid se facilitó el marco legal para crear un espacio cultural y político para combatir la ideología de la España franquista y que promoviera la declaración de los Derechos Humanos.

 

Palabras y reflexiones para un último encuentro

Manuel está aún inquieto entre tantas cajas que van saliendo de su casa de Las Matas, llenas de fotografías y de recuerdos. Su legado tiene para él sentimientos encontrados y en la mezcla brota su fuerte carácter,  “que se queden con todo, ya no lo quiero. Cargadlo sin que yo lo vea”. En la conversación que mantuvimos aparece como es habitual en él su consigna: UHP—Uníos Hermanos Proletarios—aunque enfadado dice “hasta que no estemos todos unidos contra el capital, la iglesia, los poderes fácticos….no servirá de nada”. Asegura que “el enemigo se encargará de hacer fisuras y caeremos todos en la trampa”.  Sigue indignado por muchas cosas que hoy suceden como “la gente que muere en el mar, los refugiados…”.

Desde que tiene uso de razón asegura que perteneció al Partido Comunista y le hace sentir muy incómodo ser un “superviviente” porque dice que “han sido estériles los esfuerzos hechos, aunque en su momento dieron esperanza y fue maravilloso”. Sin embargo, no olvida las traiciones y subraya que “la gente no lo sabe, pero en los Pactos de la Moncloa se dijo que ningún dirigente político podía ganar más que un obrero…luego vinieron una detrás de otra”.

Manuel tiene que irse, tiene otra entrevista en Madrid, su espíritu es joven….ya le pedimos lo último, un consejo para nuestra generación y así nos comparte, “pónganse a trabajar…con la cabeza y no con los pies… y déjense de historias…”.

No hay excusas, nos deja una lección…

 

Nuestro más hondo reconocimiento por tu memoria y por compartirla. Que la tierra te sea leve compañero.